Criaturas de la noche, hijos del ocaso, oscuros corazones de sobrenatural fulgor, a vosotras os anhelo, os recibo, os invito a acompañarme en este mi humilde y humano rincón.

domingo, 7 de agosto de 2011

Fighter



La helada sombra de la duda
se muestra ante mi desnuda
pintada va de desasosiego
tratando de lastimar mi ego.

Mas preparada yo me hallo
para curtir con sal las heridas
que marcan mi alma y mi mente,
piedras de un larguísimo camino
sembrado por manos indecentes.

Con uñas y dientes deberé luchar
todo aquello a que me enfrente
dejándome incluso el pellejo,
luchando como hace una mujer
los designios de mi suerte.

sábado, 9 de julio de 2011

Broken




Quisiera, coger tu mano,
apretarla fuerte con la mía
y compartir así el dolor
que llena tu cama vacía.

Coser a tu espalda alas de fuego
que te ayuden a volar de nuevo
mostrarte que no es este el fin
que tan sólo comienza el juego.

Y sé que no puedes evitar sentirte roto
vacío, herido, hueco por dentro
y es que nadie nunca te advirtió
que ningún corazón resiste al hielo.

lunes, 4 de julio de 2011

Blue eyes




Aquella estaba resultando una noche tediosamente larga, pensaba apoyado sobre la balaustrada de piedra, contemplando las calmosas aguas del Sena, sin perder de vista el horizonte, del que surgiría el astro solar, aquel que me obligaría a regresar a mi resguardo diurno, una noche más.
Acababa de alimentarme, de un par de insulsas prostitutas en el sudeste de la ciudad, apenas se resistieron, a penas forcejearon, se rindieron ante la irremediable muerte, lo cual resultaba tan aburrido... ¿qué había sido de la caza? De la auténtica caza.  
Regresaron a mi memoria multitud de recuerdos, de cuando en compañía de mi creadora había arrasado pequeñas villas, por completo, en una sola noche. Medio centenar de insípidos pueblerinos reducidos a huesos y pellejo, a humo, a fuego, sólo por diversión. Cómo corrían los condenados, cómo luchaban, cómo se resistían, había honor en aquel combate a muerte, aunque el resultado siempre fuese el mismo, su burbujeante sangre recorriendo veloz mi garganta, templándola, devolviéndola a la vida bajo los vivaces latidos de los corazones desbocados resistiéndose hasta el final.
Ella era así, Marie, mi creadora, una bellísima bestia desbocada siempre ansiosa de más y más sangre, y así me había enseñado que debía ser. Fui su pupilo, su amante, su protegido, durante demasiado tiempo. Pero después de trescientos años junto a la pequeña depredadora me di cuenta de que en realidad estaba vertiendo en ellos, en aquellos cadáveres sin nombre, sin rostro, el rencor que sentía hacia la propia Marie, por haberme convertido en lo que ahora era, contra mi voluntad, una aciaga noche, quinientos siglos atrás.
Por un instante dudé si dirigirme al pequeño boulevard Chanson de Minuit, a la espalda de Montmatre, dispuesto a jugarme varios francos a las cartas, un placer que aún conservaba de mi vida humana. Aunque entonces las satisfacciones eran bien distintas, ahora me deleitaba con las frágiles y volubles emociones humanas, el ansia, la avaricia y el egoísmo que les llevaba a ofrecerme incluso a sus esposas por continuar la partida. Pero yo prefería devorarlos a ellos, eliminando así una parte de la escoria de la ciudad, realizando quizá un particular bien social, y también porque un día también yo tuve una mujer, de la que nada ni nadie me habría separado, jamás.
Envuelto en semejantes cavilaciones me hallaba, dispuesto a abandonar el mirador, cuando distinguí en la distancia a una muchacha que caminaba hacia el río. Completamente sola, era una joven de no más de veinte años, con el cabello del color de las avellanas maduras, gracias a mi privilegiada visión podía divisarla con total claridad. En sus mejillas brillaba el rubor de la candidez, y aunque sus ropas eran humildes no desmerecían su impresionante belleza en absoluto.
Notre Dame hacía rato que había anunciado que pasaban las cuatro de la mañana y sin duda no se trataba de una de las muchas meretrices que recorrían la ciudad a tales horas, ¿Entonces? ¿Quién era aquella joven que se dirigía directa al río? La observé, la muchacha se detuvo en escollera, en el muro a la orilla del río, miró a ambos lados, y decidida saltó a las frías aguas del Sena.
Una suicida, acababa de contemplar cómo una joven suicida se lanzaba al río.
Sentí algo dentro, en mi interior, como si mis entrañas se rasgasen cual ajada tela, por la mitad, violentamente, como si... como si aún estuviese vivo, como si el hecho de que aquella joven desconocida tratase de quitarse la vida debiese importarme lo más mínimo. 
Me convencí de que era la pérdida de una sangre tan deliciosa como debía ser la de aquella muchacha la que me había provocado semejante sensación. Entonces la oí chapotear, en el agua, levemente, realmente estaba decidida a morir. Y nadie, absolutamente nadie mas que yo la había visto arrojarse a las aguas.
Un impulso irrefrenable me obligó a saltar desde el puente, a nadar hasta ella y rescatarla cuando apenas un último aliento de vida escapaba de sus labios, casi inconsciente. La tomé en brazos y de un grácil salto abandonamos el agua.
Cuando abrió los ojos, unos inmensos ojos azules, sentí como si sus pupilas me atravesasen por completo, de lado a lado, tomando entonces conciencia de lo que había hecho. Mis ropas estaban mojadas, como lo estaban las de ella, completamente adheridas a su pálida piel. Ella que me observaba entre angustiada y sorprendida, por mi actitud, por mi rapidez, por cómo la había sacado del agua, temblando como un pajarillo asustado en la orilla. La dejé en el suelo, dispuesto a marcharme, a alejarme de ella y las extrañas sensaciones que había despertado en mi. Pero la joven me agarró la mano, con energía.
- ¿Quién eres? – preguntó con la voz ahogada.
- Adam, me llamo Adam Benoit – respondí, ciertamente desconcertado de porqué lo hacía, porque no desaparecía, sin más.
- Yo me llamo Béatrice, Béatrice Renoir. Gracias, Adam Benoit, por salvarme – dijo, sin soltar mi mano, asiéndola con energía.
- Ninguna mujer joven debería suicidarse, es un desperdicio – respondí, recapacitando después sobre lo poco común de mis palabras, no estaba acostumbrado a conversar con humanos, usualmente digería su fluido vital antes de que abriesen la boca para gritar, siquiera.
- Ahora que he visto a la muerte, sé que no quiero morir – confesó-. Gracias de nuevo –dijo llevando mi mano hasta sus labios que lentamente recuperaban su habitual cálida temperatura y la besó.
Entonces me marché corriendo, dejándola allí, en el suelo, a orillas del Sena, alejándome de su extraña influencia, de su cálida voz, de aquel beso ardiente que me abrasaba la mano. De un salto subí al tejado más próximo, espiándola desde las alturas, cómo lentamente se incorporaba, cómo parecía buscarme un instante, para retomar el camino a casa después. Comprobando que no volvía a repetir su tentativa suicida, aliviado. ¿Aliviado? ¿Aliviado porqué Adam? me pregunté. Deberías haberla mordido, haber bebido de su sangre, ¿acaso no pretendía ella acabar con su vida? Hubieses cumplido su voluntad al fin y al cabo.
¿Y por qué me quemaba en la mano su beso, como me quemaban en las pupilas sus inmensos ojos azules? ¿Por qué? La respuesta llegó hasta mí como una daga envenenada, abriendo mis entrañas por la mitad.
Ya sabía por qué, Béatrice, había dicho que se llamaba la muchacha, su rostro redondeado, su cabello caracoleado, sus labios finos y delineados, sus hermosas facciones la hacían asemejarse demasiado a Susanne, mi esposa. 

sábado, 2 de julio de 2011

De Caperucitas y Lobos



El Lobo me mira, resguardado tras uno de los enormes obstáculos que nos separan. Me observa con sus ojos del color del ámbar tintados por esa característica expresión entre amenazante y curiosa. Me ha estado vigilando, caminar entre la gente, fingiendo que no me había percibido que él estaba ahí, detrás de mí, a sólo unos pasos, tan cerca que casi podía sentir el calor de su aliento. 

El Lobo sabe lo que quiere, no suele andarse con rodeos, se acerca a su presa, despliega sus artes y espera que caiga rendida a sus pies, es cuestión de encanto personal y nadie sabe hacerlo como él. Pero lo que el Lobo no sabe es que no se ha tropezado con una Caperucita cualquiera, esta Caperucita sabe defenderse, guarda unas poderosas armas bajo la capa escarlata, y a sus espaldas ya cuenta con el desayuno de un par de lobos sin demasiado resquemor.

El Lobo se acerca, se muestra ante mí en todo su esplendor, su sonrisa es realmente cautivadora, como lo es el comedido rubor de mis mejillas. Casi puedo percibir el aroma a almizcle de su piel oscura, yo me mantengo en mi posición, aguardándole. Da un paso más... que comience el baile.

viernes, 1 de julio de 2011

¿Por qué?


¿Podría la luz del sol bañarse en agua de Luna?
¿podría dejar de palpitar tu humano corazón?
¿Podrías fingir que no sabes quién soy?
¿Podría acaso fingir no serlo yo?
Si ambos conocemos la respuesta,
¿porqué alargar esta agonía?
este dolor en mitad del pecho,
al que osamos llamar amor.

imagen: Victoria Frances
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